Hubo un jardín
NARRATIVA
Año de publicación: 2022
Editorial: Páginas de Espuma

ACERCA DEL LIBRO
El jardín es un espacio racional de orden y cuidados donde la naturaleza es dirigida y el azar, abolido. Atrás quedan la selva oscura o el desierto inhabitable. Los siete cuentos magistrales de Valeria Correa Fiz exploran diferentes momentos de la vida de sus personajes en los que la naturaleza (la propia o la exterior) se desborda: un matadero bajo un diluvio, un invernadero de Eiffel en la pampa, un departamento junto a un cementerio, un hotel de propietarios filonazis, un bar que fue posada de un patriota anticolonialista, el Parque del Retiro de Madrid o el de España frente al río Paraná. El jardín también puede entenderse como el Jardín del Edén que simboliza la posibilidad perdida de beatitud y un estado de perfección al que se trata de regresar porque donde hubo un jardín queda la interrogación. ¿Por qué abandonamos esa acción racional y ordenadora que habilita la vida pacífica? ¿Qué fuerzas oscuras, deseos y violencias nos desbordan e impulsan a perder ese espacio civilizado? ¿El jardín del que fuimos expulsados o del que decidimos exiliarnos es un paraíso perdido o uno a medio construir que nunca terminó de levantarse?
Lee un extracto
Me gusta poner inyecciones. Los culos cuentan cosas que las caras ocultan. Son como la segunda lectura que te proponen las buenas historias, una forma de releer. La ropa interior y el modo en que alguien se tumba, se baja los calzones para que la aguja entre en la carne y la velocidad con la que se los suben cuando todo ha terminado también cuentan.
Hay mucho relato encerrado en los cuerpos.
Me gustan las mujeres mayores que usan tangas de encaje. Y el lado cómico de los hombres serios que usan calzoncillos con estampados colorinches. O a la inversa, los hombres de amplias sonrisas que visten interiores oscuros. Hay culos esmirriados, culos avaros en las carnes y en el alma. Y también, redondos culitos enérgicos, tan bien proporcionados como caprichosos: de querubín. Culos fofos enfundados en pretenciosos calzoncillos de seda negra y monograma. A mí me gustan los grandes culos, muy blancos y mullidos, que dan cuenta en silencio de un carácter sedentario e imaginativo: culos de gente de interior que sorbe copitas de licor y lee novelas antiguas mientras come chocolate.
Hay un mundo allí, debajo de la ropa y en la carne.
–Bájese los pantalones –digo y me dispongo a leer lo que la mano tímidamente me descubre.